HUBIERA
Hubiera sido más fácil echar llaves y cerrojos a una puerta que separa umbrales dañinos de los no tan dañinos. Ponerle un candado al pecho -como excusa por todo lo demás- y hacer oídos sordos a ese sonido de tu pecho tan cerca del mío. Hubiera sido menos apoteósico llamar desde casa bajo techo, y no correr bajo la lluvia hasta mi ventana. A gritar -aunque eso siempre viniera igual después de la llamada-. Dejar el orgullo al Sol secándose como las plantas y esperar a los reproches; a ver si brotan.
Hubiera sido más simple cerrar los ojos o mirar a otro lado, pero al final el instinto retórico vence, y las pestañas de arriba y de abajo olvidan lo que es estar juntas. Pero suerte para ellas una vez que lo consiguen.
Abrir esas manos que sujetan puñales y evitar clavarlos -otra vez- sobre esa herida a la que nunca se le brindó la oportunidad de ser cicatriz.
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