¿Sabes?
Escribir en una biblioteca es precioso.
He vuelto a casa después de una buena dosis de autodestrucción entre papeles, y no hay nada como eso. Llegar a casa y que mi pijama sea la ropa que te dejaste. Oler a ti. Tumbarme en la cama. Envolverme con ese aroma tuyo que pulula por estas cuatro paredes -que se me vienen encima desde que lo único tuyo que existe es el recuerdo-. Y cerrar los ojos.
¿Y sabes?
Todavía me acuerdo de tus lágrimas por mis dedos -frenado su suicidio por tu cara-. De tu boca succionándome hasta el alma.
Y a ti, retorciéndote del orgasmo.
En mi clavícula.
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