domingo, 29 de enero de 2017

Mentiríamos como cobardes si dijésemos que tú no te mueres por mi boca
o que yo no me muero por tus brazos.

           Pero qué me vas a contar

          de lo cobardes que somos...

jueves, 5 de enero de 2017

el extraño que llevamos dentro

Aún sigo esperando a que aparezcas por el otro lado de la calle, pero la temperatura baja y tengo que irme.
Cuento las líneas de las losas del suelo al que miro, e imagino que llegas a tiempo.
Recuerdo el puente al que solías acompañarme cuando no quedaba otra que despedirse
                                                                                                             porque ya era tarde
o porque quizá ya nos habíamos cansado de dar tumbos por la calle.

Ojalá volver a los trece años.
Cuando no había nada más audaz que engañar a mamá e irte a casa de esa amiga que nunca existió y pasar horas tontas en la calle con ese chico que te llamó la atención hacía sólo unos meses.
Ojalá volver a esos años.
Cuando creíamos saberlo todo y todavía nos faltaba media hostia.
Pero qué claro teníamos lo poco que sabíamos.
Igual que ahora, cuatro o cinco años después, ¿verdad?
                                                                          porque en realidad no.

Ahora le damos las riendas de nuestra vida a cualquiera menos a nosotros mismos, mientras nos miramos al espejo y vemos al extraño con el que no te dejaban hablar de pequeño, sin saber que años más tarde volverías a ser tú.


miércoles, 4 de enero de 2017

Conseguí el imposible que llevabas por bandera, ese en el que tu única armadura era la del miedo envuelto en seguridad -pero una seguridad muy limitada-,
Al final ganaba el miedo

He dejado de buscarte con la esperanza de que tú lo hicieras por los dos, y me he quedado sola

qué mal han bailado siempre los recuerdos

   Me he mirado al espejo y me he visto abierta en heridas por la cara. Llevo en los ojos el miedo a no ver nada, y ni siquiera los cierro, por verlo todo. Tengo la frente mojada de sudar la soledad por las noches, y mientras me cae el pelo con forma de greñas.
   Me curo las grietas de los labios -consumidos por quien me ataba las manos al pasado-, pero ese escozor tan hostil amenaza con quedarse para siempre. 

   Ahora llueve al otro lado de la ventana, y ni siquiera arrastra los recuerdos -quién sabe si buenos- que bailan por el cristal.Tan mal como una tortura con la misma banda sonora de todas las películas que se nos quedaban cortas en invierno -aunque sabíamos bien cómo cambiar el final-. 
Tan mal como siempre.

   Apoyo las manos sobre la pared, cierro los ojos, y me siento plena tempestad. Me agacho hasta el suelo, y acabo encerrada en mí misma en menos de un metro cuadrado.
   Los monstruos de las pesadillas me tiran del pelo -y no me opongo-.

Me han ganado   
                                      /otra vez.




en el fondo lo sabías

¿Sabes?
    Escribir en una biblioteca es precioso.
He vuelto a casa después de una buena dosis de autodestrucción entre papeles, y no hay nada como eso. Llegar a casa y que mi pijama sea la ropa que te dejaste. Oler a ti. Tumbarme en la cama. Envolverme con ese aroma tuyo que pulula por estas cuatro paredes -que se me vienen encima desde que lo único tuyo que existe es el recuerdo-. Y cerrar los ojos.
    ¿Y sabes? 
Todavía me acuerdo de tus lágrimas por mis dedos -frenado su suicidio por tu cara-. De tu boca succionándome hasta el alma.
                                                                 Y a ti, retorciéndote del orgasmo.
                                                                  En mi clavícula. 

martes, 3 de enero de 2017

HUBIERA

Hubiera sido más fácil echar llaves y cerrojos a una puerta que separa umbrales dañinos de los no tan dañinos. Ponerle un candado al pecho -como excusa por todo lo demás- y hacer oídos sordos a ese sonido de tu pecho tan cerca del mío. Hubiera sido menos apoteósico llamar desde casa bajo techo, y no correr bajo la lluvia hasta mi ventana. A gritar -aunque eso siempre viniera igual después de la llamada-. Dejar el orgullo al Sol secándose como las plantas y esperar a los reproches; a ver si brotan. 
Hubiera sido más simple cerrar los ojos o mirar a otro lado, pero al final el instinto retórico vence, y las pestañas de arriba y de abajo olvidan lo que es estar juntas. Pero suerte para ellas una vez que lo consiguen.
Abrir esas manos que sujetan puñales y evitar clavarlos -otra vez- sobre esa herida a la que nunca se le brindó la oportunidad de ser cicatriz.