Hay mujeres que son templos sagrados. Honradas de su imperfección y poderosamente alegres.
Con el semblante luminoso por una sonrisa constante dibujada en él. Torpes, vulnerables, humildes y humanamente indestructibles.
Hay santuarios y templos en los que solo yacen mujeres célebres. En la cultura india, esto es así. No recuerdo el libro en que lo leí, pero era tan bueno que se lo presté a todo el mundo, empujándoles a leerlo.
Este ritual es tan sagrado y puro, como gráfico: al fallecer, las princesas indias eran despojadas de todas sus posesiones, incluyendo su ropa. Los padres -que siempre eran pudientes- mandaban construir un templo de gran tamaño en medio de la nada. En el centro de un cerro o de una colina elevada y aislada. En plena naturaleza, para que estuviesen lo suficientemente alejadas del ser humano, y lo suficientemente conectadas con la madre tierra.
Nunca construían el techo. Izaban los muros y las columnas tan altos y tan lisos que fuera imposible trepar por ellos -para, evidentemente, evitar la profanación de los más impíos-.
En el interior de tales templos no había nada más que un lecho de piedra justo en su centro, bajo toda la luz natural que iluminaba la edificación sin techo. La princesa muerta era colocada ahí, sobre el lecho de piedra, desnuda aunque cubierta con una sábana de tul transparente y flores: muchas flores. Al terminar la puesta en escena que las acompañaría al más allá, la familia cerraba y tapiaba las puertas del templo, dejando que la mujer se descompusiera con la naturaleza. Hasta ahí la parte bonita. La gráfica viene ahora: multitud deinsectos en todas sus variedades se encargaban de hacer desaparecer todo su cuerpo, dicen que ni los huesos quedaban. Nunca nadie entra en esa sagrada tumba. Dicen que durante siglos, el viento porta sus voces en forma de susurro. Yo no lo sé, pero me parece aterradoramente precioso.
Las mujeres morían en el templo de tal manera que se convertían en parte de él, para siempre. Ellas pasaban a ser el templo al completo.
Con su luz eterna en el tejado y sus puertas bien blindadas, a prueba de indeseables.
Por eso yo conozco a mujeres que son templo. Cualquiera que vea un poco más allá: nos rodean.