Y yo,
que sueño con caer
desde un acantilado
cada vez que cierro los ojos;
que deseo sumergirme
para tener cara a cara
a un tiburón
que me paralice la sangre;
que sólo dejo caer la cabeza
vencida
cuando el miedo me cubre hasta las orejas;
que me dejo ganar
por la frustración de un alma derrotada
con un corazón negro entre sus manos
que no sabe qué hacer con él:
que pesa como tres diablos
encerrados en un pequeño espacio;
que bombea sangre irregular;
que se mueve a ritmo
de huida,
de huida,
de caer al suelo,
de estallar como una bomba,
que sigo aquí,
que sigo aquí,
sujetando un corazón lleno de rabia,
con las puntas de mis dedos ennegrecidas
mientras camino
por un campo de minas
que explotan todos los días
sobre mi espalda.
Susurrándote bajo el agua
para callar la redundancia de tus palabras;
creyéndome la sirena
que te salvaría la vida para,
al final,
convertirme en otro corazón roto,
al final,
convertirme en otro corazón roto,
que vaga como un fantasma
sobre los descosidos
de tus costuras mal dadas y,
tú,
mientras eres salvado,
huyes;
dejándome sola
entre la vida y la muerte.
Y ambos sabemos qué voy a elegir.
mientras eres salvado,
huyes;
dejándome sola
entre la vida y la muerte.
Y ambos sabemos qué voy a elegir.