Hacía tirabuzones en el aire como si aquello fuera lo único que daba sentido a su vida. Todas las mañanas se bañaba en el lago e iba desnuda a bailar al viejo garaje de su padre. Tenía una vida melancólica y solitaria. Admirable -aunque sólo a ojos de quien quería ser como ella-. Por tragedias diversas cambió de ciudad, y ella sola se inundó de monotonías que al principio la irritaban; pero luego comenzaría a darle igual...
Lo que se ve ahora, de lejos, es una mujer entrada en años, paseando en silencio por una playa vacía. Cogiendo conchas que le recordaban a cuando hacía dibujitos con ellas en la espalda de cualquier amor joven. Pero sólo recuerda a uno. Sólo al que eliminó su monotonía. Sólo al que le devolvió sus ganas de romper con el mundo y dedicarse a sí misma, ese que dejó la vida junto con sus ganas de vivirla...