Al final fue el viento -como en el refrán- quien se llevó esas palabras que parecían tan imperecederas como tus promesas.
Desgajaste aquel verbo que tanto miedo causa, en pasado, presente y futuro, del que apenas cumpliste el primer tiempo. Del segundo me encargué yo, como cabía esperar -y es justo confesar que todavía lo hago- y del tercero... Bueno, no cuesta nada suponer su paradero; cayó en el olvido y se desvaneció como briznas, en ese aire del refrán que se lleva todas las palabras que no se cumplen.
Brotaron rumores. Te encontrabas con uno por cada esquina que doblases en la calle. Y qué disparate. Cuánto daño podían causar palabras que en su momento te llenaron el cuerpo de vida. Pero qué me vas a contar de la facilidad con la que todo se tergiversa ahora, que una imagen vale más que nada. Incluso que mil palabras. Incluso que dos bocas susurrándose mil confesiones -algunas más valientes que otras- a punta de sentimientos.
Saquémonos fotos sin querernos. Aparentemos. Seamos fanfarrones. Ya nos daremos cuenta de que el mundo no funciona. Así no. Pero ya será demasiado tarde para volver a ponerlo en órbita.
Y sabíamos cómo impedirlo.
Dios, con lo fácil que era.